11032018
Hasta las dos de la tarde no me he duchado. Luego, una vez que me había lavado el pelo me he dado cuenta de que no había cogido el nuevo bote de gel. Una pena porque tenía ganas de estrenarlo. Tiene un aroma que me transporta.
El agua caliente me ha despejado la mente. A veces se me nubla como a todo el mundo. Se llena de nubarrones y tormentas que vienen empujados por aires de no se qué territorios lejanos y frente a ellos no se puede hacer nada. Nada excepto un poco de agua caliente, supongo.
Escribo esto porque me he propuesto escribir algo cada día y realmente no quiero contar demasiado. Estaba preparando un post sobre las tendencias que observé el fin de semana pasado en Londres y la verdad no me apetece. Intento distanciarme lo suficiente para mantener el análisis social y la parodia pero en ocasiones me descubro con ganas de comprar lo que no necesito y eso me asusta. Entro y salgo, salgo y entro del juego sin quererlo.
Es fascinante como es el ser humano y la interacción social. ¿Por qué la carrera de la tendencia? ¿Por qué coolhunters locos convertidos en espías con mini cámaras ocultas en bolígrafos, mecheros o suelas de zapatos rastreando cada personalidad para comercializar cada atisbo de autenticidad?
¿Reporta adelantarse a la moda algo más que satisfacción individual por el esperado reconocimiento social o aceptación derivado de la capacidad de comprar e imitar? ¿Por qué es éste el prestigio al que aspirar? ¿Por qué puntúa más en tu bienestar individual y social el haber acertado con la compra de tus últimos zapatos que otra acción vulgar que se nos ocurra? ¿Por qué proyectamos o creemos proyectarnos a través de ropajes?
Estas y otras preguntas más las veremos en el próximo episodio del fascinante mundo de Sociología de la moda.
Foto cabecera: Víctor Vélez