12032018
Durante mi clase de yoga no dejaba de pensar en cosas que tenía pendientes como sentarme aquí a escribir. Iban y venían por mi mente pensamientos y me sentía incapaz de controlarlos. Me imaginaba en otros lugares y tiempos haciendo tareas de muy diversa índole. Que rotunda suena esta expresión. Tan rotundo como el problema.
Una parte de mi luchaba por escuchar a Sol, mientras la otra parte trataba de hacer trampas y esconder los temas por hacer o pensar debajo de una falsa atención en la respiración.
Ésta pensaba que no me daba cuenta de cómo se escabullían entre inhalación y exhalación. Se creía astuta lanzando temas e ideas bajo la sombra del oxígeno. Pero mi otra era consciente de ello y aunque centraba todos sus esfuerzos humanos y sobrehumanos y de superpoderosa diosa en concentrarse era incapaz. Sin toda ella era inútil.
Al menor despiste se colaba una palabra, un desvarío, un tengo que hacer y de nuevo con tenacidad y batallando la frustración volvía a empezar. Relájate y siente solo tu respiración. Escucha tu cuerpo, decía. Acepta la dificultad y ve paso a paso.
Y entre las preguntas aparece ¿Mi gran problema es no concentrarme en mi? ¿Soy entonces una persona horrible porque a pesar de todos los grandes problemas mi gran problema es no concentrarme en mi respiración? Y ¿Si creo que esto es un problema es que no he entendido nada del yoga? Todo vuelve a repetirse en preguntas cíclicas, pero sin juzgarme severa intento llegar al equilibrio.
Foto Víctor Vélez